martes, 3 de mayo de 2011

"Tres millones de drogadictos van a la oficina"


Al menos el 15% de los trabajadores españoles consume alcohol, hachís y/o cocaína para ‘sobrevivir’ a su jornada laboral.

Escapar de la realidad es el problema no la solución. Por muy estresante
que sea la vida laboral, los psicólogos advierten de que “el
consumo de drogas y de alcohol no contribuye a resolver el malestar,
más bien lo agrava”. Sin embargo, el 15% de los trabajadores
(unos tres millones) son adictos, según la Organización Internacional
del Trabajo (OIT). Los planes de prevención están entrando en
las empresas, que pierden unos 4.000 millones de euros al año como
consecuencia de accidentes y bajas derivados de este consumo.

“La huida no ha llevado a nadie a
ningún sitio”. Esta afirmación del
escritor y aviador francés Antoine
de Saint-Exupéry, autor de El
Principito (Alianza), sintetiza el
problema de fondo relacionado
con el consumo de alcohol y de
drogas en la empresa: “El malestar
del ser humano contemporáneo,
que le lleva a tratar de escapar
constantemente de sí mismo”,
según detallan los expertos en psicología
laboral, que están entrando
en el ámbito empresarial a través
de la figura del coach.
No en vano, estos especialistas
apuntan que “los adictos intentan
llenar su vacío existencial, percibido
en el estómago en épocas de
mucha tensión y estrés, con alcohol,
hachís y/o cocaína, pero la verdad
es que no se llena con nada.
Es algo más profundo y hay que
aprender a aceptarlo”. Y concluyen:
“A través del trabajo con la
mente y el pensamiento este vacío
deja de ser percibido como una
molestia, dando paso al equilibrio
y bienestar interiores”.
En opinión de Empar Pérez,
psicóloga clínica del centro médico
Teknon, en Barcelona, “la falta
de inteligencia emocional, es decir,
de recursos interiores para
afrontar las adversidades personales
y profesionales del día a día,
suele llevar a los trabajadores a
caer en la drogadicción”.Yesta caída
les introduce en un “peligroso
círculo vicioso”, que encuentra cada
vez más facilidades para manifestarse
debido, sobre todo, a que
“el consumo de alcohol está bien
visto socialmente y a la disminución
del precio de la cocaína, que
está fomentando su democratización”,
comenta Pérez.
Así, “cuanto más estrés, ansiedad
y angustia se experimenta en
el trabajo, más elevadas son las
probabilidades de recurrir a diferentes
tipos de ansiolíticos y narcóticos,
y cuanto mayor sea este consumo,
mayor será el estrés, la ansiedad
y la angustia experimentadas
por el adicto”, sostiene. La paradoja
radica en que “la evasión
del problema tan sólo sirve para
alejarse de la solución”, lamenta
Pérez, que trata a profesionales
con problemas de adicción.
Insatisfacción personal
Aunque es cierto que la precariedad
laboral y el liderazgo nocivo
ejercido por muchos jefes puede
generar entre los trabajadores frustración,
rabia, tristeza y demás
emociones negativas asociadas a
la insatisfacción, “la responsabilidad
última de este malestar recae
en la actitud interna que toma la
persona frente a sus circunstancias
externas”, afirma Pérez. En su
opinión, “la drogadicción suele
compensar ciertas carencias internas,
muchas de las cuales también
proceden de la insatisfacción cosechada
en la vida personal”.
A pesar de ser un enemigo poco
visible, la drogadicción merma
lenta pero paulatinamente la competitividad
de las empresas. Se estima
que los trabajadores que beben
alcohol, fuman hachís o esnifan
cocaína habitualmente son
hasta un 70% menos productivos,
sobre todo, “por el desgaste y el daño
físico y emocional que supone
alterar la mente continuamente”,
según se desprende de un informe
de la OIT. Paralelamente, “este tipo
de adicciones contribuye a incrementar
los accidentes laborales
y, por ende, el absentismo, que
a su vez generan importantes pérdidas
económicas entre las empresas”,
señala el informe de la OIT.
Lo cierto es que, con el tiempo,
“la droga deja de ser el remedio
temporal que alivia los nervios y la
desazón interior para convertirse
en una necesidad psicológica y química,
que crea una dependencia
que esclaviza a los trabajadores”,
afirma Pérez. Y no sólo eso: cada
vez es más frecuente el policonsumo.
“Mientras el alcohol les ayuda
a calmar la ansiedad y dormir mejor,
la cocaína les activa, de manera
que puedan sobrellevar su frenética
actividad laboral, magnificando
la imagen que tienen de sí
mismos”, explica.
“Una de las señales inequívocas
del adicto es su necesidad de
incrementar la dosis para conseguir
el mismo efecto sobre su organismo”,
advierte Pérez. Así, “muchos
profesionales creen que su
consumo de alcohol es normal”.
Sin embargo, Pérez asegura que
se trata de un eufemismo que pretende
enmascarar la adicción: “El
adicto al alcohol medio suele tomarse
una cervecita por la mañana,
media botella de vino en la comida
más un chupito de postre,
así como una copa al salir de la oficina,
sin contar el vino y las copas
que se toma entre la cena y el momento
antes de dormir”.
Frente a este “conflicto silencioso”,
lo mejor que pueden hacer
las empresas es “instaurar
programas de prevención, vinculados
a servicios externos especializados”,
apunta Pere Plana,
presidente de la Sociedad Catalana
de Seguridad y Medicina en
el Trabajo. Estos programas suelen
contemplar información detallada
acerca de la enfermedad,
espacios para la comunicación,
asistencia psicológica y médica
para ayudar a quienes lo necesiten,
análisis de riesgo de consumo
dentro de la empresa y, por
consiguiente, la redacción de políticas
y estrategias que posibiliten
su prevención, explica Plana.
Y parece que funcionan: el
53% de los trabajadores adictos
al alcohol y otras drogas que asistieron
a algún programa de prevención
entre 2005 y 2006 ya están
rehabilitados, según un estudio
elaborado por el Instituto
Sindical de Trabajo, Ambiente y
Salud (ISTAS) de CC OO.

BORJA VILASECA

El País, Domingo 16 de septiembre de 2007.

"Trabajos que deprimen, deprimidos que trabajan"


Hay trabajos que no son demasiado agradecidos. Hay otros que roban
demasiado tiempo vital. E incluso hay empleos que permiten
la realización personal, pero que están empañados por la actitud
tiránica de jefes con los que es difícil tratar. Sin embargo, el hecho
de que entre el 15% y el 30% de los empleados españoles se sienta
deprimido no se puede achacar solamente a estos motivos externos,
que están en permanente cambio. Los expertos en psicología
laboral señalan que este “profundo sentimiento de tristeza y de
que la vida no tiene sentido” aparece cuando la persona se “encierra
en sí misma” y “no es capaz de aceptar la realidad tal como es”.

A finales del siglo XIX, el escritor
ruso Máximo Gorki afirmó
que “cuando el trabajo es un placer
la vida es bella, pero cuando
nos es impuesto, la existencia se
convierte en una esclavitud”. A
pesar de su radicalidad, este aforismo
sigue siendo válido para
muchos trabajadores españoles,
que no encuentran satisfacción
en lo que hacen, pero que no les
queda más remedio que hacerlo
para poder sobrevivir.
Sin embargo, dado que el trabajo
forma parte de la experiencia
humana, los expertos en psicología
laboral sostienen que “lo
inteligente es aceptar con una
sonrisa lo que acontezca, al menos
como remedio para no sentirse
eternamente frustrado”. Y no
sólo eso. Estos especialistas añaden
que “quien se queja constantemente
de una situación difícil
de cambiar, termina inevitablemente
padeciendo las consecuencias
de la depresión”.
Además del alto coste personal,
este síndrome —caracterizado
por una profunda tristeza,
apatía y ansiedad crónica— supone
un desembolso anual de 750
millones de euros en bajas laborales,
sin contar el impacto que
tiene sobre la productividad de
las empresas españolas, según
un informe de la Organización
Mundial de la Salud (OMS).
Según varias descripciones
médicas, hay dos tipos de depresión:
“la endógena, que encuentra
sus causas en la genética y
que provoca cansancio y decaimiento
crónico; y la exógena, derivada
de la forma negativa en la
que una persona percibe subjetivamente
la realidad, por muy horrible
que ésta sea”. Los trabajadores
aquejados por ésta última
suelen creerse víctimas de sus
condiciones laborales, pero esto
sólo es cierto en algunos casos.
Sentimiento de inutilidad
“La forma en la que están organizadas
algunas empresas, en la
que destaca la rigidez laboral y la
jerarquía vertical, contribuyen a
agravar la desidia y el sentimiento
de inutilidad de los empleados
susceptibles de caer en depresión”,
afirma el psicólogo clínico
Alejandro Busto, formador y director
de I+D del Instituto de Formación
Avanzada (INFOVA).
“Está más que comprobado
que el estilo de liderazgo cohercitivo,
basado en un autoritarismo
que no tolera el error, que no fomenta
el desarrollo personal y
profesional y que ejerce mucha
presión, sin respetar ni escuchar
a los colaboradores, es en parte
responsable de este síndrome psicológico”,
sostiene Busto, que dirige
cursos para prevenirlo.
“La pérdida del control del
tiempo de trabajo”, por otra parte,
“hace sentir impotentes a muchas
personas, que además se
sienten aisladas en ambientes laborales
extremadamente competitivos,
en los que apenas se relacionan
y acaban por sufrir en silencio
este síndrome”, sostiene
Ángel Cárcoba, del departamento
de Salud Laboral de CC OO.
Pero más allá de las precarias
condiciones laborales de muchos
trabajadores no cualificados
y de otros cuyas empresas
les motivan a dedicar gran parte
de sus días a sus ocupaciones
profesionales, “la depresión aparece
como consecuencia de la no
aceptación continuada de la realidad
laboral que cada persona
ha escogido o que le ha tocado vivir”,
afirma el doctor Enrique
González, psiquiatra consultor
del hospital Gregorio Marañón,
en Madrid, con más de 30 años
de experiencia en este campo.
Este tipo de personas no suelen
ser víctimas de las condiciones
externas de su trabajo, sino
de sí mismas, apunta González.
“En vez de centrar sus esfuerzos
en querer cambiar lo que no depende
de ellos, tienen que comprender
que lo único que pueden
modificar es su actitud interna”,
añade. A su juicio, la salud mental
es un “triunfo” que se consigue
cuando se comienza a ver lo
“bueno y positivo” que ofrece cada
puesto de trabajo, por muy difícil
que esto parezca.
“Quienes lo tienen más complicado
son las personas en paro,
cuya incertidumbre les introduce
en un círculo vicioso muy negativo”,
concluye González, “en
el que la culpa y la sensación de
fracaso alimentan su tristeza, de
la que a veces no logran escapar”.

BORJA VILASECA

El País, Domingo 15 de abril de 2007.


"Mata el trabajo o la mente"


La ola de los suicidios en France Télécom es la respuesta extrema a la presión
laboral P El entorno influye, pero siempre hay una base de trastorno psíquico

Abochornado por la ola de suicidios
en France Télécom, empresa
que cuenta con una participación
estatal del 26,5% en el capital,
el Gobierno de Nicolas Narkozy
acaba de dar un paso al frente
para visualizar que se ha tomado
en serio el nivel de estrés que reina
en las empresas. Ayer mismo,
el ministro francés de Trabajo,
Xavier Darcos, reclamó a las compañías
de más de mil empleados
que negocien con los sindicatos
medidas de prevención del estrés.
Deberán tener un plan listo
antes del 1 de febrero. No habrá
sanciones económicas para las
que no cumplan, pero sí serán denunciadas
en una lista de buenos
y malos. Darcos admitió haber
“subestimado” el alcance del malestar
social en las empresas.
El caso del gigante de las telecomunicaciones
francés está conmocionando
al país vecino. ¿Hasta
qué punto las disfunciones y el
ambiente de presión en una empresa
pueden llevar a 24 personas
de una misma firma a quitarse
la vida en un mismo país en el
plazo de año y medio? A la espera
de la auditoría sobre la inquietante
ola de suicidios en France Télécom
(FT), en manos de la firma
Technologia, que estará lista a
mediados del próximo noviembre,
las historias de trabajadores
que se han arrojado al vacío o
que se han acuchillado el vientre
en plena reunión —algunos tras
denunciar “la gestión por el terror”
de su empresa o tras confesar
su incapacidad para “afrontar
otra reorganización”— han destapado
la existencia de un clima social
pésimo, de un malestar mareante
y de una gestión organizativa
dudosa en el gigante de las
telecos.
¿Acaso es France Télécom
una empresa letal? “No existen,
para entendernos, empresas suicidógenas”,
subraya el psiquiatra
experto en suicidiología Julio Bobes.
“Pero sí existen entornos que
favorecen el estrés y la conflictividad
psicosocial. Y las personas
con una vulnerabilidad previa los
sufren más que el resto, y algunas
hasta intentan resolverlas por
una vía torpe, por una vía patológica”,
añade.
Este profesor de la Universidad
de Oviedo hace hincapié,
más que en las 24 muertes, en los
intentos fallidos. Ha habido, que
se sepa, 14. “Es llamativo el comportamiento
parasuicida. France
Télécom puede no ser responsable
de las muertes, sobre todo
cuando había psicopatologías previas,
pero sí tiene una responsabilidad
parcial. Es responsable de
la salud laboral de sus empleados.
No sabemos qué hizo para
prevenirlas”. La empresa dueña
de la marca Orange ha declinado
hablar para el reportaje sobre un
“tema delicado”. Tan delicado
que se ha cobrado la cabeza de su
número dos, Louis-Pierre Wenès,
cuestionado por sus métodos para
modernizar el ex monopolio.
Es ese perfil de ex monopolio
convertido en transatlántico de la
tecnología y las comunicaciones,
que navega en un mar de competencia
feroz y de innovaciones tecnológicas
a velocidad de vértigo,
lo que de algún modo convierte a
FT en paradigma de los males de
la empresa global del siglo XXI.
“Este episodio es una metáfora
exagerada: nunca tanto como
ahora las empresas han necesitado
el compromiso de los trabajadores
y nunca como ahora han
dado tan poco a cambio, especialmente
porque el tiempo, que antes
jugaba a favor del empleado,
con más cualificación y experiencia
y mayor demostración de lealtad,
ahora parece jugarle en contra:
le hace más prescindible y
menos empleable si pierde el trabajo”,
opina Francisco Longo,
profesor de Recursos Humanos y
director del Instituto de Gestión
Pública de ESADE.
No se trata de acoso, ni de algún
jefecillo incapaz de liderar.
Se trata del engranaje de la propia
organización. El gigante de
las telecomunicaciones, que sólo
en Francia tiene 102.000 empleados,
vive en estado de transformación
permanente desde su privatización,
que arrancó en 1996.
Ivan du Roy, autor del libro
Orange stressé, explica en él que
la raíz del mal reside en la privatización
y salida a bolsa de la empresa,
que conllevó dejar de lado
cierta cultura de servicio público
hacia una carrera feroz hacia
la rentabilidad (aunque el Estado
mantiene un 26,65% del capital
y un 65% del personal son funcionarios),
con la idea de adaptarse
o adiós. Más de 13.000 personas
han pasado en los últimos
dos años a las áreas comerciales
e informática, lo que habría sufrido
en particular el colectivo de
técnicos. Y, hasta 2003, “más de
la mitad cambiaron radicalmente
de función”, según la confesión
del ex directivo del grupo
Michel Bon. La empresa ha prescindido
de 22.000 trabajadores y
el nivel de dimisiones ha ido subiendo (un 15,3% en 2008). 
¿Este entorno puede influir en que haya
suicidios? “El entorno influye,
un entorno de cambio influye, pero
en un suicidio el desorden mental
está en la base”, puntualiza
Carmen Tejedor, psiquiatra del
Hospital de Sant Pau experta en
suicidiología, que describe el acto
de quitarse la vida como resultado
de factores tales como la existencia
de enfermedad mental, el
hecho de pensar en el suicidio, padecer
alguna enfermedad médica,
lidiar con acontecimientos vitales
que pueden descompensar a
personas más vulnerables o el aislamiento.
“Algunos empleados se mataron
tras culpar a su trabajo del
estrés. No implica necesariamente
que la culpa sea de la empresa,
pero en la mente del suicida la
empresa jugaba, sin duda, un papel”,
reflexiona por su parte el psiquiatra
Luis Rojas Marcos. “El
ambiente en la empresa puede
ser un factor, sin duda”, añade.
Con la crisis aumenta la cantidad
de personas que sienten ansiedad
y estrés, es un hecho. Pero,
puntualiza Rojas Marcos, “no van
a la consulta a lamentarse porque
están sin trabajo, sino por problemas
relacionales, por no encontrarle
sentido a la vida o por incapacidad
de controlarla”. La desconexión
del entorno, de nuevo.
La cúpula de France Télécom
ha tardado en encajar en serio lo
que se ha convertido, más allá del
prioritario drama humano, en un
grave problema de reputación. El
presidente de France Télécom, Didier
Lombard, que aún aguanta
en el puesto, habló al principio de
“moda de los suicidios”. Recursos
Humanos dejó la cosa en “algunas
personas débiles” que no se
adaptaron al cambio.
Hasta que el Gobierno Sarkozy
metió baza. Ahora, Lombard
propugna “un nuevo convenio social”.
Los programas de movilidad
geográfica y de funciones siguen
por ahora suspendidos. Un
teléfono gratuito permite desahogarse
a los empleados agobiados.
Se ha designado a un “mediador”
para la movilidad.
“Nada justifica que un hombre
o una mujer ponga fin a sus días.
No lo puedo aceptar. Ni ahora ni
nunca”, se acaba de despedir
Wenès, cuestionado por los sindicatos.
Y por el Gobierno francés.
France Télécom sugiere que el
problema no es nuevo. En 2000
hubo 28 casos. En 2002, 29.
Francia es el país de la Vieja
Europa con mayor tasa de suicidios
por cada cien mil habitantes:
según la Organización Mundial
de la Salud (OMS): 26,2 en
los hombres y 9,2 en las mujeres;
lo que da un 17,7 de media.
Los 24 suicidios de France Télécom
han ocurrido en año y medio,
sobre poco más de 100.000
empleados en Francia. No hay
tanta desproporción sobre su
media nacional, muy superior a
la de Grecia, España o Reino Unido,
pero eclipsada por los datos
de Finlandia (31, en el caso de
los hombres) o, sobre todo, los
países del Este y las repúblicas
bálticas, con cifras muy elevadas
en el caso de los hombres en
Hungría (42) y Lituania (68).
Eso no significa que France
Télécom no tenga un problema.
Aunque cueste demostrarlo. “La
depresión no suele dar lugar a enfermedad
profesional ni a accidente
laboral. Es casi imposible
atribuirla sólo al trabajo”, apunta
Adrián González, subdirector de
Prevención de Riesgos Laborales
de la Inspección de Trabajo, para
quien “seguro que en España hay
casos de suicidios por el trabajo,
pero ni se conocen”.
Algunas consultoras han teorizado
que las empresas pueden,
de hecho, enfermar. Como las personas.
“La empresa española está
estresada”, concluye, por ejemplo,
la firma Tatum en el Estado
de salud de la empresa en España,
estudio realizado sobre la base de
encuestas, con una muestra de
2.475 profesionales. El estrés (ritmos
asfixiantes, empleados en
tensión por sobrevaloración de capacidades,
escasez de personal
cualificado, falta de información,
pérdidas de tiempo, elevadas bajas
por estrés...), la osteoporosis
(estructura de la empresa debilitada
por falta de recursos financieros
y humanos, endeudamiento
excesivo, plantilla sobredimensionada,
escaso liderazgo, concentración
excesiva de ingresos...) y
la miopía (incapacidad para reconocer
cambios en el mercado con
antelación) serían, según Tatum,
las tres enfermedades más extendidas.
“El cortoplacismo tiene mucho
que ver con todo eso. Es difícil
hablar de dirigir a personas, o
de conciliar vida personal y laboral,
cuando azota la crisis, vale.
Pero no creo que la crisis nos esté
llevando a un propósito de enmienda.
La empresa vive a golpe
de resultado trimestral, de lo que
haga la acción en Bolsa, de qué
dirán los analistas, del recorte de
gastos”, comenta Eugenio de Andrés,
socio director de Tatum. Recientemente,
el Observatorio de
la Empresa Familiarmente Responsable
(EFR) alertaba no sólo
sobre el absentismo laboral, sino
sobre el emocional. Se da si el trabajador
está en su puesto pero no
rinde, sea por agotamiento, decepción
o angustia. Suele haber un
desajuste entre la persona, su
puesto y la organización.
Concha Pascual, directora
del Instituto Nacional de Seguridad
e Higiene en el Trabajo, admite
que los problemas organizativos
y psicosociales no se toman
en serio “de forma generalizada”,
salvo en algunas grandes
empresas. “En las pymes es más
difícil aún. Pero vamos avanzando.
Hace 10 años, ni se hablaba
de esto”, señala.
Quienes hablan más de ello
son los sindicatos. “El cambiante
mundo laboral obliga a que las
organizaciones tengan que adaptarse
a nuevos mercados, imposiciones
y cambios tecnológicos
que les permitan mantener su
competitividad, lo que ha hecho
que los trabajadores deban enfrentarse
a nuevas demandas como
la adaptación a sistemas complejos
y tecnificados, presión temporal,
incertidumbre e inseguridad
sobre su futuro profesional
por la utilización de nuevas tecnologías”,
concluye un informe que
UGTacaba de difundir, del Observatorio
Permanente de Riesgos
Psicosociales. Atribuye en él que
la empresa no alcanza el rendimiento
esperado porque cuando
diseña un puesto de trabajo “no
considera los aspectos psicológicos,
las capacidades, las expectativas
y limitaciones de las personas”.
El objetivo sigue siendo cubrir
las necesidades económicas.
La traducción del problema
no está clara. Las bajas por estrés
o depresión se mezclan entre las
de bajas por enfermedad común.
Pero el informe de UGT recuerda
que, hoy, “los problemas relacionados
con una mala salud mental
son la cuarta causa más frecuente
de incapacidad laboral”.
“Cuando existe un equilibrio
entre lo que requiere el trabajo o
carga mental, la autonomía del
trabajador sobre su tarea, las dinámicas
del puesto y las habilidades
del empleado, todo va. Cuando
se desajusta algo, puede darse
una enfermedad, y, bajo una exposición
aguda y prolongada, incluso
derivar en cuadro pseudodemencial”,
enfatiza Manel Fernández,
presidente de la asociación
de profesionales de seguridad y
salud en el trabajo AEPSAL.
La última Encuesta Nacional
sobre las Condiciones del Trabajo
data de 2007, aún sin crisis, y desvela
que un 22,5% de trabajadores
españoles cree que el trabajo
está afectando a su salud; un 30%
en el caso del sector de transporte
y comunicaciones, el más alto
junto a la Administración. Lo aseguran,
sobre todo, los que tienen
entre 24 y 34 años. Aunque los de
la década siguiente no se quedan
cortos. Cuando se les pregunta
por los síntomas psicosomáticos
más frecuentes, responden: el sueño
se altera, siempre estoy cansado,
meduele la cabeza o estoy irritable.
¿Le suena?

ARIADNA TRILLAS


El País, sábado 10 de octubre de 2009

"Malestar en la Empresa"


Se estima que más de 7,6 millones de españoles sufre algún trastorno psíquico como consecuencia de su trabajo.
Por mucho que se les trate como máquinas, los trabajadores son
ante todo seres humanos. Los expertos en management insisten
en que la “cultura obsoleta” que impera en el 80% de las empresas
españolas, así como el “liderazgo tóxico” que ejerce la mayoría
de sus jefes, está causando un creciente malestar entre la población
activa. Se estima que el 38% de los asalariados (más de
7,6 millones de personas) sufre algún trastorno psíquico derivado
del trabajo, como el estrés, el burnout, el mobbing y la depresión.

Nadie pone en duda que el sistema
capitalista es muy eficiente a
la hora de generar crecimiento
económico: a lo largo de la última
década, España ha crecido un
2,6% anual de media, según un informe
de Caixa Catalunya. Entre
otras causas que justifican este desarrollo
se encuentra la aportación
de la inmigración al producto
interior bruto (PIB), y, entre otras
consecuencias, la disminución del
paro, que en el segundo trimestre
de este año afectaba al 7,95% de la
población activa, según el Instituto
Nacional de Estadística (INE).
Además, desde enero a septiembre
del año pasado el número
total de empresas constituidas
ascendió a 115.753, un
8,49% más que durante el mismo
periodo de 2005, según un
estudio realizado por Informa
D&B. Y el porcentaje de compañías
de hasta 42 meses de vida
aumentó durante ese mismo plazo
un 35,2%, según un informe
del Instituto de Empresa.
Estos datos ponen de manifiesto
la bonanza económica en
la que se encuentra este país,
ahora mismo, la octava economía
más importante del mundo.
Aunque la mayoría de actores socioeconómicos
relacionan este
auge económico con el incremento
del bienestar de la sociedad,
empiezan a alzarse otras voces
que no sólo cuestionan dicha correlación,
sino que se atreven a
decir lo que nadie quiere escuchar:
“Cada vez estamos más agotados
y somos menos felices”.
Lo cierto es que “la vorágine
que marca la pauta del sistema de
mercado actual parece generar la
creencia de que el afán de lucro es
la única manera de garantizar la
supervivencia de las empresas”,
señala Juan Carlos Cubeiro, director
de la consultora Eurotalent,
especializada en desarrollo estratégico
y directivo para la mejora
cualitativa de las organizaciones.
Este experto lamenta que “muchos
empresarios persigan este
fin sin preocuparse por los medios
para conseguirlo, desbaratando
a los profesionales la posibilidad
de encontrar el equilibrio
con su vida personal y familiar”.
No en vano, “España todavía
vive apegada a la cultura de la
presencia —caracterizada por el
autoritarismo, el control y la
desconfianza—, postergando su
necesaria evolución hacia la de
la eficiencia, basada en la dirección
por objetivos, la flexibilidad
y la autonomía”, apunta Cubeiro.
Así, los españoles son de los
que más curran: 1.780 horas de
media durante 2006, según The
Economist, esto es, 219 horas al
año más que la media de la
Unión Europea (UE) de los 15.
Ese mismo año, el 15% de la
población activa española dedicó
más de 50 horas semanales a
su función profesional, sin contar
las horas extras, el tiempo
destinado a comer o los desplazamientos
in itínere, según una encuesta
del portal de internet
Monster, especializado en ofertas
de empleo. La mitad de los
profesionales, por otra parte, trabajó
más de 40 horas; el 25%, entre
25 y 40 horas, y el 10% restante,
menos de 25 horas.
Pero estar en el trabajo no es
lo mismo que estar trabajando.
Prueba de ello es que la productividad
española sólo ha crecido
un 0,9% en la última década, y ya
se encuentra 16 puntos por debajo
de la media de la UE de los 15,
según la Organización para la Cooperación
y el Desarrollo Económico
(OCDE). Y ya es un 25%
más baja que Francia, Italia y Alemania,
ocupando la 29ª posición
mundial desde el punto de vista
de la competitividad, según el
ranking elaborado en 2006 por
el Foro Económico de Davos.
Así, orientar la estrategia empresarial
exclusivamente al crecimiento
económico no suele traer
consigo el resultado esperado, sino
más bien todo lo contrario.
“El modelo de negocio que sólo
tiene en cuenta los números es
obsoleto e inadecuado porque solamente
invierte en aspectos tangibles,
los cuales, al estar al alcance
de cualquier compañía, no generan
ningún valor añadido”,
afirma el profesor de Harvard
Robert S. Kaplan, considerado
por The Financial Times como
uno de los 25 mejores “pensadores
económicos” del momento.
Paradójicamente, la pérdida
de competitividad y la escasez de
valor añadido producido por las
empresas están afectando al salario
de sus plantillas. A finales del
año pasado, los españoles cobraron
una media de 1.553 euros brutos
al mes, una cantidad similar a
la registrada en 1997, según las
conclusiones de un estudio de
Adecco y el IESE. Mientras, el
sueldo de los directivos se ha ido
multiplicando, hasta situarse entre
40 y 100 veces por encima del
resto de trabajadores, según un informe
de la consultora de recursos
humanos ICSA.

Pero el afán de lucro no sólo
afecta a los salarios de la gran mayoría:
“Como consecuencia de la
falta de racionalización de la organización
del trabajo y del liderazgo
ambicioso, tóxico y autoritario
ejercido por la mayoría de directivos
y jefes, cada vez más asalariados
son víctimas de diversos trastornos
psíquicos”, afirma el psicólogo
laboral Iñaki Piñuel, profesor
de la Universidad de Alcalá de
Henares. Esta afirmación es corroborada
por Valentí Valls, médico
adjunto y cardiólogo del hospital
Clínico de Barcelona, para
quien “las personas que trabajan
más de 10 horas al día pueden estar
poniendo en riesgo su salud,
aunque no perciban conscientemente
el estrés en su organismo”.
Ahora mismo el estrés afecta
al 32% de la población activa, según
datos del informe Cisneros
VI, y “afecta tanto física como
mentalmente, hasta desencadenar
crisis de ansiedad, anginas de
pecho e infartos”, añade Valls.
Además, “el estrés suele ser la antesala
del síndrome del trabajador
quemado, más conocido como
burnout, caracterizado por el
agotamiento emocional, el aislamiento
laboral y el vacío existencial
derivado, sobre todo, de la
creencia de que el trabajo que
uno hace carece por completo de
sentido”, describe Piñuel.
Otro malestar en alza es el acoso
laboral (mobbing), que ya afecta
al 9% de los trabajadores. “Las
víctimas de esta violencia psicológica
se caracterizan por ser personas
que destacan en un ambiente
laboral mediocre, marcado por la
envidia y la rivalidad entre compañeros,
que luchan por escalar en
la jerarquía”, sostiene Piñuel.
Este experto también señala
la adicción al trabajo (workaholics)
como un fenómeno que tiene
más presencia en las llamadas
“empresas tóxicas”, que suelen
premiar los excesos de sus profesionales,
“despreocupándose de
si dicho sobreesfuerzo agrava su
deterioro físico y psíquico”. Se estima
que el8%de la población activa
dedica más de 12 horas al día
a su profesión para huir de sus
problemas personales.
Todos estos trastornos psíquicos
suelen tener un final común:
la depresión, descrita como “un
profundo sentimiento de tristeza
y de apatía” que ya afecta a entre
el 15% y el 30% de los trabajadores,
y que supone para las empresas
españolas un desembolso
anual de 750 millones de euros
en bajas laborales, sin contar el
impacto brutal que tiene sobre su
productividad, según la Organización
Mundial de la Salud (OMS).
Tanto Cubeiro como Piñuel, opinan
que “dado que todos los actores
implicados están perdiendo, la
transformación empresarial española
ha dejado de ser una opción
para convertirse en una necesidad
vital”. Y concluyen: “Lamentablemente,
la mayoría de empresas parecen
dormidas, esperando inconscientemente
a que este malestar
sea masivo e inaguantable”. Todo
apunta a la tesis formulada por el
filósofo español José Antonio Marina,
para quien “la realidad demuestra
que ninguna situación cambia
hasta que deviene insoportable”.

BORJA VILASECA


El País, Domingo 2 de septiembre de 2007.

"Guerra total al estrés"



La filial española de British Telecom crea un servicio de prevención especializado para todos sus empleados
A. I.
El estrés es un mal común en muchas oficinas. Conscientes de
ello, en la filial española de BT han decidido declarar la guerra a
esta enfermedad y han creado un servicio de prevención y tratamiento
específico. Sus alrededor de 700 empleados pueden medir
su nivel de estrés desde su ordenador y, en función del resultado,
recibir asistencia psicológica, personal o telefónica.


¿Quién no se ha visto en algún
momento al borde de una crisis
porque no llega a entregar un informe
importante para su departamento,
se siente presionado
por su jefe o, simplemente, porque
el volumen y ritmo de trabajo
le resultan demasiado fuertes?
¿Quién no ha querido huir
del trabajo alguna vez? Algunas
de estas situaciones, como también
el cansancio general, la irritabilidad,
la falta de concentración
o los problemas para dormir,
son síntomas de estrés laboral,
un mal presente en muchas
oficinas españolas.
La última Encuesta de Calidad
de Vida en el Trabajo del
Ministerio de Trabajo y Asuntos
Sociales, de 2004, refleja
que el 11% de los trabajadores
españoles considera su trabajo
estresante “siempre”, un porcentaje
que llega al 21,2% entre los
empleados de empresas de intermediación
financiera y que es
más alto cuanto más grande es
la plantilla de la empresa
(16,2% en las de más de 250 empleados).
La filial española de la operadora
British Telecom (BT) es
consciente de que el estrés, que
tiene consecuencias psíquicas y
físicas, es un problema laboral
que cuesta dinero y reduce la
productividad de la plantilla.
Así que ha decidido intentar prevenir
su aparición. El resultado
es el Programa Stream, que ha
empezado a funcionar este mes
y permite detectar las situaciones
de estrés y actuar en consecuencia.
La detección del problema es
sencilla. Los alrededor de 700
trabajadores que la multinacional
tiene en España pueden saber
si su trabajo les estresa casi
de forma instantánea y sin moverse
de su silla. Basta con gastar
unos 10 minutos en responder
a un cuestionario online de
una veintena de preguntas especialmente
diseñado por una consultora
externa y adaptado al
perfil de la compañía.
En cuestión de minutos el
empleado recibe un mensaje coloreado.
Rojo, verde o amarillo.
Al igual que los semáforos, este
código de colores clasifican las
situaciones en función de su gravedad.
El verde para las más sencillas,
aquéllas donde el estrés laboral
no se ha manifestado o sólo
hay síntomas leves, y el rojo
para las más graves, las que requieren
intervención médica.
Reunión con el jefe
El mensaje también llega al jefe
directo del empleado. A pesar de
ello, Antonio Hernández, responsable
del servicio de prevención
de BT en España, asegura
que no ha notado reticencias de
la plantilla y justifica ese envío
en que “el jefe es el que puede
modificar los factores laborales
que inciden en la aparición del
estrés”. De hecho, el primer paso
previsto en el programa para resolver
las situaciones de estrés es
una reunión entre el empleado y
su superior.
El servicio se completa con
distintas formas de apoyo y tratamiento
para los empleados estresados,
según la gravedad del caso.
La plantilla tiene a su disposición
atención telefónica las 24
horas del día y todos los días del
año —subcontratado con Mas Vida
Red—, y, en caso necesario, la
compañía paga seis sesiones al
año con un terapeuta.
Aunque el programa lleva poco
tiempo en funcionamiento,
menos de un mes, y aún no cuenta
con un número elevado de
usuarios, según las encuestas de
clima laboral que hace el departamento
de recursos humanos
de BT desde hace años, el 4% de
los empleados sufre estrés, menos
de la mitad de la media nacional.
Es por tanto un proyecto
de carácter preventivo, para anticiparse
al problema, porque, en
palabras de Antonio Hernández,
“una empresa que no gestiona
bien los problemas de estrés está
perdiendo dinero”.
La idea nació en el Reino Unido,
donde está la matriz de BT y
donde un programa similar funciona
desde hace tiempo. Pero se
ha adaptado a la cultura española.
Sus responsables, Hernández
y el director de recursos humanos,
Emilio Cortés, reconocen
que “existe la percepción de que
el sector de las telecomunicaciones,
con sus cambios organizativos
frecuentes, horarios largos y
siempre presionado para innovar,
es proclive al estrés”.
Aunque la compañía no cifra
el coste del programa, que tendrá
carácter permanente, éste
“no es un servicio caro”, asegura
el responsable de prevención,
quien subraya que “el coste no es
lo importante porque este tipo
de servicios ofrece un gran retorno
en términos de bajas laborales
y productividad”. Y de satisfacción
laboral.



El País, 29 de Enero de 2006.

"El Síndrome del Trabajador quemado"



El actual ritmo laboral, cada vez más acelerado, suele provocar periodos
de estrés entre la mayoría de trabajadores. Pero estar estresado
no es lomismo que estar quemado. El burnout, comose denomina
a este síndrome en los países anglosajones, aparece tras un
proceso de agotamiento mental, físico y emocional continuo. Los
expertos advierten de que si no se diagnostica a tiempo suele desencadenar
en una depresión aguda, hasta el punto de forzar la baja
laboral. Las causas de esta enfermedad son una mala organización
empresarial y una inadecuada predisposición del empleado.



La primera vez que se escuchó el
termino burnout fue en 1974, en
boca del psicólogo clínico alemán
Herbert Freudenberger.
Desde entonces, se le han dado
innumerables definiciones a esta
enfermedad, muchas de las cuales
coinciden en tres aspectos
fundamentales: agotamiento
emocional, aislamiento laboral y
vacío existencial, derivado de la
creencia de que el trabajo que
uno hace carece de sentido.
A pesar de que el absentismo
laboral causado por este síndrome
supone un coste elevado para
las empresas, el burnout todavía
no está regulado. Si bien algunos
Tribunales de Justicia ya lo han
reconocido como “enfermedad
profesional”, en la mayoría de casos
“no se suele asociar con el desarrollo
del trabajo”, lamenta la
psicóloga Maribel Novella, profesora
del Máster de Prevención de
Riesgos Laborales de la Universidad
Politécnica de Cataluña.
En su opinión, esta enfermedad
depende mucho de la personalidad
de cada uno, así como de
los aspectos negativos que tenga
que afrontar durante su jornada
laboral. Las personas que potencialmente
pueden desarrollar este
síndrome suelen haber estado
“muy motivadas” al acceder a un
nuevo empleo, y haber ido perdiendo
fuerzas e ilusión al ver “incumplidas
sus expectativas”, explica
Novella. En la mayoría de
casos, por otra parte, los afectados
reconocen haber sido explotados
por su empresa, que no
cumplía con el contrato firmado.
Esto es, precisamente, lo que
le sucedió a E. O., de 29 años, que
recientemente ha recibido el alta
médica después de estar quemado
durante tres meses. Tras pasar
por varios empleos, fue contratado
como ejecutivo de cuentas por
una agencia de publicidad de Barcelona,
“un puesto que llevaba
años deseando”, recuerda.
En su contrato se decía que su
horario era de 9:00 a 14.30 y de
15.30 a 18.30, por lo que percibiría
unos 1.700 euros al mes. Sin
embargo, durante los dos primeros
años no salió casi ningún día
antes de las nueve de la noche.
“Trabajaba 15 horas más a la semana”,
cuenta E. O., que desde
los primeros meses fue consciente
de que “estaba siempre estresado”.
Poco a poco, su motivación
se fue diluyendo. Pero, al ser una
persona “muy exigente” consigo
misma, fue absorbiendo cada
vez más clientes, hasta que un
día cometió un error que dañó la
imagen de la agencia.
Aquel incidente fue su punto
de inflexión. Llegaron las noches
de insomnio en las que no podía
alejar su pensamiento de sus responsabilidades
laborales. “El trabajo
me estaba desquiciando”,
confiesa E. O. Lo cierto es que cada
vez se sentía “más irritado,
frustrado e impotente” por no poder
escapar de aquella desagradable
situación. E. O. recuerda que
se aisló “de todo y de todos”, hasta
que una tarde sufrió “un colapso
físico y anímico”, que le obligó
a acudir a su médico de cabecera
primero y más tarde a un psicólogo,
del que todavía es paciente.
E. O. sigue trabajando en las
mismas condiciones, pero su situación
personal ya no es la misma.
“Lo único que ha cambiado
he sido yo, mi forma de concebir
mis responsabilidades”. Ahora,
sólo espera encontrar otro trabajo
que le permita desarrollar sus
aptitudes sin perjudicar su salud.
La historia de E. O. refleja el
drama que padece el 15% de los
trabajadores, sobre todo en los
sectores de servicios, sanidad y
educación, según varios estudios
académicos.
Para hacer frente a este síndrome,
los expertos en recursos
humanos recomiendan a las empresas
invertir en cursos de formación
preventiva. El Deutsche
Bank, por ejemplo, hace muchos
años que “se apoya en profesionales
de la psicología para crear un
entorno de trabajo que impida la
aparición de este síndrome”, afirma
su responsable de Formación,
Carles Lombart.
En el caso de esta entidad financiera,
el apoyo lo han encontrado
en el Instituto de Formación
Avanzada (Infova), que imparte
cursos a unas 8.000 personas
cada año, el 50% de los cuales
están relacionados con este síndrome.
“Lo primero que han de
saber los directivos es que el burnout
no es el problema, sino una
posible consecuencia de su modelo
de gestión”, afirma su director
general, Gonzalo Martínez.
Para crear un ambiente laboral
saludable, continúa Martínez,
“es imprescindible mejorar la comunicación
interna”, así como
“clarificar los roles y las responsabilidades”.
En este sentido, “la formación
no debe ser una acción aislada,
sino un proceso con varias
metodologías”, con sesiones de seguimiento
que pueden durar hasta
seis meses, explica este experto.
Pero los empleados también
han de poner de su parte. “Hay
que trabajar con ellos la queja y
el victimismo, que son la antesala
del quemado”, afirma el director
general de Infova. Lombart,
por su parte, destaca lo “gratificante”
que resulta escuchar a los
empleados que pasan por estos
cursos, donde aprenden a mejorar
su capacidad para abordar
los problemas que el mundo laboral
les genera.


BORJA VILASECA


El País, Domingo 2 de julio de 2006.

"Síndrome Burnout"

Una reciente sentencia del Tribunal
Superior de Justicia de
Cataluña nos trae de nuevo a la
actualidad el síndrome del quemado
o de agotamiento profesional,
burn out. La calificación
como profesionales de estas
dolencias no ofrece dudas
cuando se demuestra su vinculación
con la actividad laboral.
El burn out es definido en la
sentencia como el agotamiento
físico, emocional y mental, causado
por involucrarse el trabajador
en situaciones emocionalmente
demandantes, durante
un tiempo prolongado, o también
(citando a González Rivas)
como un proceso en el que
se acumula un estrés excesivo,
debido a la desproporción entre
la responsabilidad y la capacidad
de recuperación del individuo.
Aparentemente estos padecimientos
no responden al
concepto típico de accidente
de trabajo, en cuanto lesión súbita
o inesperada, pero ello no
ha sido obstáculo para que la
jurisprudencia los haya considerado
como tales. Se trata, según
la sentencia comentada,
de un tipo de dolencias que “se
gestan de forma lenta y acumulativamente”,
en relación directa
con la actividad laboral.
Se van a distinguir, según el
tribunal, cuatro fases: una primera
“idealista”, que se caracteriza
por el alto nivel de energía
y expectativas que se depositan
en el trabajo; una segunda “de
sobreesfuerzo”, donde el individuo
advierte que sus esfuerzos
no están a la altura de sus expectativas,
ni son reconocidos;
una tercera “de desilusión y
frustración”, en la que se incrementa
el esfuerzo, esperando
todavía una recompensa apropiada,
cuya ausencia produce
impaciencia, irritabilidad y fatiga;
una última fase “de desmoralización”,
caracterizada por
la pérdida de interés en el trabajo
y la incapacidad para trabajar
y relacionarse socialmente
en el entorno laboral.
Los síntomas van a ser tanto
físicos (fatiga, problemas de
sueño, cefaleas, trastornos gastrointestinales...),
como psicológicos
(irritabilidad, ansiedad,
depresión...), pudiendo ir
acompañados de absentismo,
falta de rendimiento, falta de
concentración, aislamiento...
El tribunal no va a dudar
en encuadrar tales dolencias
dentro del concepto de accidente
de trabajo, pero quizá
su conceptuación más adecuada
sería la de “enfermedad profesional”.

JOSÉ MARÍA LASTRAS

El País, Domingo 5 de marzo de 2005.

"Demasiado Estrés. Medítalo"

DEMASIADO ESTRÉS, MEDÍTALO
 
"Tras un arduo día de trabajo,
Laura se sienta en el sofá de casa
y se observa durante un buen
rato. Medita, como cada día.
Laura (prefiere no citar su nombre
real) tiene 41 años y dos hijos
pequeños. Es una exitosa directora
financiera de una multinacional
estadounidense enMadrid.
Su cargo le genera un alto
nivel de estrés que ni el golf ni el
tenis que practica con devoción
son capaces de rebajar. Se apuntó
al yoga y la meditación por
recomendación de un amigomédico.
Y parece que le funciona.
El caso de Laura no es único.
En los últimos años se ha generalizado
la práctica del yoga, taichi,
chikung y otras modalidades
alternativas a los deportes
convencionales. Se calcula que
hay 500 millones de practicantes
de yoga en todo el mundo,
desde niños a personasmuymayores.
Sólo en Madrid y Barcelona
los centros de yoga y similares
superan el centenar. En centros
cívicos y gimnasios, lasmilenarias
asanas (posturas yóguicas)
o de taichi conviven con el
hidrospinning (pedalear en el
agua) o el aerobox (basado en el
entrenamiento de boxeadores).
¿Qué motivos hay tras tanta
cultura alternativa del bienestar?
¿Mantener el cuerpo? ¿Un
bálsamo para sobrellevar el ritmo
diario? ¿Algo más profundo?
Según la Encuesta de Calidad de
Vida en el Trabajo delMinisterio
de Trabajo, un 47% de personas
afirmaban en 2006 tener niveles
altos o muy altos de estrés; en
2001, sólo el 31,8% lo sufría siempre
o frecuentemente. Pocos lo
combaten con piscinas o el fútbol:
aunque muchos pasean cada
día como ejercicio físico, el
63% de los españoles entre 15 y
74 años afirma no practicar ningún
deporte convencional, según
una encuesta sobre hábitos
deportivos realizada por la Universidad
de Valencia en 2005.
Pero, ¿y si sólo fuera una moda?
“Hay una crisis generalizada
y la gente está preocupada, lo
reconozca o no; es el sálvese
quien pueda, lo cual significa tener
el último televisor y otras
cosas, y sobrevivir, cada cual como
puede”, dice Magda Catalá,
doctora en filosofía, psicoterapeuta
y estudiosa del budismo.
En su opinión, la mayoría sigue
una moda y acude “a un supermercado
espiritual en donde escoge
supuestas salidas al estrés,
la competitividad y la agresividad
que flotan por todos lados”.
Sólo unos pocos, añade, realmente
buscan dentro de sí mismos
para crecer y evolucionar, “pero
no son caminos de simplificación
de la vida, sino de compromiso
serio y de trabajo intenso
que se ha de complementar, a
veces, con terapias o retiros de
meditación prolongados”.
Pero no es fácil dejar el ego
en el armario. Los ejercicios
orientales no sirven demucho si
se hacen desde fuera de la persona,
dice Catalá. “Antes se hacía
jogging, ahora taichi o yoga; dentro
de un tiempo será una mezcla”.
“Algunos lo hacen como
una píldora tranquilizante; esto
es válido y respetable, pero si no
hay un compromiso serio, en general
ligado a algún cataclismo
en la vida que te obligue a cambiar,
pocas veces nos dirigimos
hacia un camino que es arduo y
cuesta arriba”.
De igual modo, Luis Enrique
Alonso, catedrático de Sociología
de la Universidad Autónoma
deMadrid, cree que las actividades
físicas responden, en muchos
casos, “al narcisismo de
presentación del cuerpo, la estilización....."

Joan Carles Ambrojo

EL PAÍS, miércoles 28 de mayo de 2008